Esta semana arranca el gran encuentro cultural de la Argentina. El propio presidente Milei presentará un trabajo, en un escenario singular. Hay entusiasmo pero en off se dicen otras cosas. Por qué tengo razones para apostarle.
Hola! ¿Cómo estás? Si vivís, como yo, en la Argentina y te gustan los libros, como a mí, sabés que está por empezar la Feria del Libro de Buenos Aires. El 23 para profesionales, el 25 para el público. Cada Feria es “otra” Feria y cada Feria es “justo esta” Feria. Y ésta, la Feria número 48, no es la excepción. Una Feria más, justo ahora…
En estos días hablé con editores y con libreros. Un librero independiente pero importante me dijo que en los últimos meses las ventas le habían bajado a la mitad. ¡A la mitad! Esto tiene que ver con la crisis que todos conocemos y, además, con que hay menos turistas y los libros ya no les resultan baratos. Para algunas librerías, las compras de los turistas son fundamentales.
Unas horas antes de esta charla la dueña de una librería chiquita y deliciosa, especializada y “gourmet”, me contó que baja la persiana. “No da para más”, dijo simplemente, cerrando también los ojos. Se entendió.
Cuento esto para avanzar qué quiero decir cuando digo que “justo ahora” abre la Feria del Libro. Ahora que el sector editorial —como otros— la está pasando mal. Ahora que se acaba de anunciar que el Estado no hará la compra de 14 millones de libros educativos —aunque por ahora la decisión es extraoficial—. Esto también pega en la industria.
En ese contexto, ¿por qué pagar una entrada —$3.500 en la semana, $5.000 el fin de semana— para ver libros? ¿Para qué, habiendo tantas librerías bien provistas en las que los libros cuestan lo mismo?
Es que la Feria del Libro de Buenos Aires no es cualquier feria. Primero, es larguísima: normalmente estos encuentros duran una semana, ocho días. La de Madrid, 17 días, se acerca. Acá en Buenos Aires, tres semanas.
Son muchas jornadas, muchas charlas, muchas oportunidades de ver personajes, muchas notas en la prensa, mucho movimiento. Un libro —se sabe— no es sólo un libro de literatura. En la Feria, como en las librerías, hay libros de ficción pero también de cocina, de salud, de autoayuda, de mecánica y de política, entre muchísimos otros. La Feria del Libro es un espacio político como pocos, un gran escenario político. Ahí se paró Cristina para presentar Sinceramente y ahí los militantes de Milei, envueltos en banderas, hicieron cola para verlo en 2022 y en 2023.
Ahí, en la Feria del Libro, reaparecerá Sergio Massa el 27 de abril a las 14.30. Ahí, el domingo 12 de mayo a las 16.30 estará Javier Milei, ahora como presidente: para presentar su nuevo libro, Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica, del que habló con Infobae. Usará la Pista Central —que en rigor no es parte de la Feria— y lo presentará José Luis Espert. Tres mil personas entran en esas gradas, mucho más que las mil de la sala José Hernández, la más grande de la Feria. Será una enorme puesta en escena, un mitín político y, claro, un desafío para la organización.
Ahí, a la Feria, llegará la vicepresidenta Victoria Villarruel —el 7 de mayo— y también allí se presentará el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Horacio Rosatti, con el ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona. Y ahí irá a presentar un libro Marcos Peña, una figura central en el gobierno de Mauricio Macri y que luego se desdibujó. ¿Este es su regreso?
Hace unos días el presidente de la Fundación El Libro, Alejandro Vaccaro, advirtió que si el Secretario de Cultura Leonardo Cifelli decide dar su discurso en el acto de apertura, es probable que lo abucheen, como sucedió en años anteriores, cuando Pablo Avelluto, del macrismo, no pudo hablar.
¿Tomará el guante Cifelli? En principio, sí, ya confirmó. Y gente de su entorno me aseguró que está preparado. Pero por otro lado fuentes no menos cercanas juran que lo siguen pensando. De todos modos la inauguración, el espacio político del evento por excelencia, este año queda en segundo plano: difícil igualar las presencias de Massa, de Peña y de Milei en la Pista Central.
Así es la Feria: van todos, todos hablan, se alza la voz. El ruido de la democracia.
“La muerte en camiseta”
Ahora, si se les pregunta en off a los editores qué esperan en términos de ventas: mmm… “Va a ser la muerte en camiseta”, me contestó uno de los independientes.
¿Por qué tanto? La respuesta es concreta: “Los precios si bien no son baratos se están planchando, nadie tiene un mango, la luz en muchos lugares pasó de $7.000 a $31.000 y entre la luz y un libro no tengo nada que decir. Sumale a eso que cuando veas el precio de un café y un tostado en los bolichitos de la Feria y la cola te vas a dar cuenta de que no es el precio del libro…”.
Editores mucho más grandes opinan parecido: “Lo veo incierto”, dice uno, acostumbrado a tener filas de media hora para pagar en su stand. “Será una feria afectada por la situación que se vive. Afectada es la palabra”, dice otro.
No esperan ver pasar bolsas cargadas de libros: cualquier novela vale 18, 20.000 pesos y no vas a ir a la Feria por uno solo. ¿Quién puede gastar sesenta mil pesos en una recorrida? “El público general va a estar difícil”, dice un editor. “Y algunas de las personas despedidas están entre nuestros lectores: personal de la universidad, del CONICET…”
En todo caso, algunos confían en hacer negocios con los libreros que vienen de afuera —Uruguay, Chile, Colombia, Bolivia— aunque el dólar “bajo” complique las cosas.
¿Lo que sí? Las charlas, la movida cultural. A eso todos le tienen fe.
Más allá de los números
Los que somos grandes y ya vimos más de una crisis recordamos bien la Feria del Libro de 2002. El país se había incendiado cuatro meses antes, las calles estaban llenas de cartoneros —eso, que hoy está en nuestro paisaje, recién despuntaba— y todos éramos más pobres.
¿Qué pasó en la Feria? Fue un éxito. Esa Argentina a la que había dado forma la ley 1420 —la de educación pública y gratuita— mostraba su músculo. Éramos los que éramos porque en el siglo XIX se había decidido que la escuela iba a ser el punto en que el tanito, la hija de diaguitas, el pibe del kiosquero y la heredera del pequeño industrial se iban a encontrar. Pública, gratuita. Nos hicimos un pueblo alfabetizado, lo que no es obvio ni tan común.
Entonces en la crisis, en el espanto, nos buscamos a nosotros mismos y a nuestros compatriotas en la Feria. Golpeados y con el dolor de ya no ser, tuvimos el reflejo de los libros.
¿Eso va a volver a pasar?
No lo sé, son décadas de erosión de la educación pública —vía restricciones presupuestarias— y eso se ha sentido.
Pero dejame creer que si tantos políticos y tantos escritores se toman el tiempo para sentarse en esas mesas es por algo. Que todavía no nos tragamos eso de que educarnos es un privilegio. Que queremos rescatar lo mejor de nosotros, los argentinos, eso que está hundido. Y que nos vamos tirar a bucear en la pileta de la Feria para encontrarlo.