Las dimensiones de los colosales bloques de piedra que forman la Gran Pirámide han impedido que pueda derrumbarse o ser expoliada, a diferencia de otras de las construcciones que componen las Siete Maravillas de la Antigüedad.
Un grupo de turistas es fotografiado junto a la Gran Pirámide de Gizeh cerca de El Cairo, Egipto, en 1895.
de las Siete Maravillas de la Antigüedad, solo queda una en pie: la Gran Pirámide de Gizeh, edificada por el faraón Keops hace unos 4.600 años. No es extraño que, en su libro sobre este monumento, los egiptólogos Mark Lehner y Zahi Hawass recogieran un viejo proverbio árabe: «El hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides».
Que la Gran Pirámide haya sobrevivido se explica porque es la única construcción maciza de entre las Siete Maravillas (su mole está compuesta por unos 2,3 millones de bloques de piedra), de modo que no podía caer ni ser derribada, y trasladar aquellos enormes bloques pétreos para utilizarlos en otros edificios era una labor imposible –o, en todo caso, carente de sentido en términos económicos, por los recursos necesarios y el tiempo requerido.
Pero la tumba de Keops no salió indemne de su lucha contra el tiempo: perdió su revestimiento exterior original de losas de caliza blanca, que le daban su forma de pirámide perfecta y la hacían resplandecer bajo el sol; eran mucho más pequeñas, más fáciles de mover y más hermosas que los enormes pedruscos que aún permanecen ahí, imponentes y desafiantes. Sólo apreciamos las verdaderas dimensiones de estos bloques gigantescos cuando vemos a los turistas encaramados a ellos, haciéndose fotos. Una tentación irresistible, aunque suponga exponerse al enfado de los guardias del recinto, ya que actualmente está prohibido hacer tal cosa.
Quizás el destino más patético de estos monumentos desaparecidos sea el del Coloso de la isla de Rodas. Hecho con un armazón de hierro, de unas ocho toneladas, forrado de bronce, este gigante fue abatido por un terremoto menos de un siglo después de su construcción. Sus restos quedaron a la vista durante 900 años, hasta que el califa Muawiya demolió lo poco que quedaba en pie y envió el bronce a Siria, donde lo compró un judío de Edesa (la actual Sanliurfa, en Turquía) que necesitó 900 camellos para llevárselo. Una de las Siete Maravillas del mundo antiguo vendida a precio de saldo…
En este número, Bettany Hugues nos traslada a la Antigüedad para contarnos cómo surgió la lista de esas construcciones formidables y porqué son siete, algo que seguramente todos nos hemos preguntado alguna vez. Encontraréis la respuesta en estas páginas, junto con otros temas que estoy convencido de que os interesarán. Os menciono dos: el escandaloso juicio a las (supuestas) brujas de Salem, en la América puritana del siglo XVII, y el mundo de los torneos medievales.