Vivió en lo que es hoy la Patagonia hace 90 millones de años y desconcertó a los paleontólogos por sus singularidades
Un día de febrero de 2018, después de un par de jornadas de trabajo infructuosas, Federico Agnolín y un equipo formado por paleontólogos del Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de Vertebrados (Lacev) y la Fundación de Historia Natural “Félix de Azara”, pertenecientes al Conicet, caminaban por un campo árido de Río Negro cuando tropezaron con un hueso.
Sí, un fósil que, luego lo sabrían, había quedado sepultado en esos territorios hoy hostiles hace 90 millones de años, y que a lo largo de todo ese tiempo se había fundido en la roca. Era ni más ni menos que el preciado vestigio de una nueva especie de dinosaurio al que dieron en llamar Chakisaurus nekul. Su nombre deriva de Chaki, palabra del idioma Aonikenk, del pueblo tehuelche, que significa ‘guanaco anciano’, porque ambos animales habrían compartido un nicho ecológico similar, y nekul, que quiere decir ‘veloz’ o ‘ágil’ en lenguaje mapudungún, del pueblo mapuche.
Como siempre ocurre, el hallazgo de uno de estos testimonios que traen noticias de un mundo perdido fue motivo de festejo y más cuando empezaron a encontrar otros restos. Pero muy pronto los científicos se dieron cuenta de que no sería fácil identificarlo. “Tiene una forma tan rara que tardamos mucho en darnos cuenta de qué tipo de dinosaurio se trataba –cuenta Agnolín–. No fueron muchas las piezas que encontramos, pero sí gran parte de la columna vertebral y algunos de los miembros. Sin embargo, el problema principal fue que lo mejor preservado era la cola, muy extraña y que además estaba en una roca muy dura, nos costó muchísimo limpiarla. Primero nos pareció que era de un dinosaurio carnívoro, pero no coincidía con ninguno”.
El Chakisaurus nekul tiene rasgos particulares en la cola que la vuelven inesperada. Según explica el científico, hace 100 años, los dinosaurios se imaginaban como animales de sangre fría, pesados, lentos, y que arrastraban la panza y la cola… Pero “todo eso cambió a partir de los 80, y hoy los vemos como en cualquier película: rápidos, ágiles, livianos –destaca–. Antes, se reconstruían los dinosaurios con la cola parada, sin que tocara el piso, a diferencia de lo que hoy vemos en una lagartija o un cocodrilo. En el que acabamos de descubrir, la sorpresa fue que vimos que la cola se curva hacia abajo, lo que nos hace recordar esas antiguas reconstrucciones de los dinosaurios pesados, caminando con la cola apoyada en el piso. Si bien este animal no era pesado ni lento, la cola parece tener una forma distinta de lo que se venía pensando. No es similar a la de ningún animal de la actualidad. Es una estructura rarísima que explica porqué nos costó tanto interpretarlo y entenderlo”.
Este nuevo dino patagónico habría tenido el tamaño aproximado de un puma, era bípedo y tenía brazos cortos y frágiles. “Estas características son aproximaciones –explica Agnolín–. Hay que pensar que encontramos un individuo joven, un pichón de alrededor de un metro, y un adulto de algo más de dos metros. Dos o tres individuos de la población no bastan para precisar bien el tamaño promedio. A lo mejor, había algunos que llegaban a los tres metros, no lo sabemos. Es como si hoy encontráramos tres seres humanos fósiles: un chico y dos adultos. Hay personas que superan los dos metros y otras que no pasan de 1,60 m”
Lo que sí pudieron determinar es que los brazos eran cortos y delgados, ya que el húmero que recuperaron en perfecto estado (de nueve centímetros de largo) es muy finito, lo que indica que su musculatura estaba poco desarrollada y no debía apoyar ni utilizar mucho las patas delanteras. Sin embargo, según afirma en el material de prensa Rodrigo Álvarez Nogueira, primer autor del trabajo, se estima que dentro del grupo existían animales con diferentes tipos de locomoción: “Desde algunos, en general de menor tamaño, completamente bípedos, como Chakisaurus, a otros de mayor porte que podían variar entre moverse con dos o cuatro extremidades”.
Tampoco pueden inferir cómo era su piel. “En nuestro ejemplar no quedaron rastros, pero cada vez que conocemos en más detalle estos animales nos sorprende más –cuenta Agnolín–. Así como nos pasó con la cola, siempre se pensó que estos ‘bichos’ tenían escamas como cualquier otro reptil, pero empezaron a aparecer esqueletos en China y en otros lugares, de varias especies de este grupo cubiertas de vellocidades o protoplumas. Nuestra opinión, al menos a partir de lo que tenemos acá, es que estaban cubiertos de escamas, pero en realidad ninguno está tan bien preservado como para darnos esa información. Lo digo haciendo la salvedad de que en otros lados aparecen cosas espectaculares”.
Aunque sorprenda, la familia de los dinosaurios crece y crece. Sólo en la Argentina ya se descubrieron unas 160 especies, algo así como el 10% de las que se conocen en el mundo. “Pero si uno piensa que los dinosaurios dominaron el planeta unos 180 millones de años, conocemos menos de una por millón de años –calcula Agnolín–. O sea, casi nada. Porque si hoy uno piensa en el número de especies vivas de mamíferos, aves, peces… son miles y miles. Tendríamos que conocer miles por cada millón de años y conocemos apenas una. Entender el ambiente de los dinosaurios con la evidencia con la que contamos es muy, muy difícil. Y seguramente le estemos ‘pifiando’, porque tenemos muy pocos datos”.
El Chakisaurus se descubrió en un paraje desértico, la Reserva Natural Pueblo Blanco, ubicada a unos 25 kilómetros al sur de El Chocón, pero próximos a sus restos se encontraron fósiles de peces, tortugas de agua y otros dinos, lo que indica que estas áreas que hoy son desérticas, hace millones de años deben haber sido un vergel en el que florecía la vida. «Se trata de una zona muy rica en fósiles de mamíferos, tortugas y peces, además de numerosas especies de dinosaurios. Sólo en los últimos años, aparecieron el enorme carnívoro Taurovenator violantei, el pequeño alado Overoraptor chimentoi, el extraño Gualicho shinyae y el gigantesco saurópodo Chucarosaurus diripienda, informa el equipo en su comunicación. Los paleontólogos sabían por exploraciones previas y por testimonios de gente del campo que en ese lugar había huesos. Se dirigieron hacia allí durante la campaña de verano y ¡Eureka!
No sólo volvieron con los restos de la nueva especie. “Como paleontólogos, tenemos la responsabilidad de preservar los fósiles de la erosión, que no los destruya el viento, el agua, o que no se los apropie un saqueador para venderlos en el mercado ilegal –explica Agnolín–. Todos los que encontramos que estén medianamente conservados los juntamos y los depositamos en los museos regionales, los estudiemos o no. Hay muchísimos animales que tal vez nosotros no estudiemos, pero los dejamos en los museos para que vengan otros paleontólogos en el futuro. A veces, nos pasa que encontramos caracoles, los juntamos igual y los dejamos para que los especialistas los tengan a disposición. Hoy, estamos estudiando materiales que tienen 150 años de haber sido recolectados”.
Son guardianes del pasado y de los testimonios que dejó la evolución de la vida en la Tierra. “Tenemos la responsabilidad de resguardar nuestro patrimonio –concluye–, que es propiedad de todos los argentinos”.
Este estudio se publicó en Cretaceous Research (https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0195667124000478?via%3Dihub), una revista de categoría internacional, lo que nuevamente refleja el alto nivel de la paleontología argentina.
Además de Agnolín y Alvarez Nogueira, son coautores del trabajo Jordi Garcia Marsa, Matias Motta, Fernando Novas y Sebastián Rozadilla, paleontólogo e ilustrador que realizó la reconstrucción.